“No puede juzgarse a una nación por la manera en que trata a sus ciudadanos más ilustres, sino por el dispensado a los más marginados: sus presos” Nelson Mandela.

lunes, 11 de julio de 2011

El Problema

Los recintos penitenciarios de Venezuela carecen de elementos esenciales para el funcionamiento. La asignación presupuestaria es inadecuada con el grado de las necesidades. Retardo procesal, diferimientos y suspensiones de audiencias por causa ajena a la población reclusa. Las instalaciones de reclusión se encuentran profundamente deterioradas, y el hacinamiento supera la capacidad de las instalaciones. La capacitación de los recursos humanos, la supervisión y el control son sumamente deficitarios, son algunos de los muchos problemas que enfrentan los circuitos penitenciarios de Venezuela desde hace más de cuatro décadas. 

Puede erróneamente llegarse a pensarse que esta situación que cada día se hace más palpable, pueda resultar de la circundante realidad que ha condicionado nuestro presente, pues sin necesidad de hacerse más evidente ha existido una persistente falta que a nivel social nos ha debilitado y que progresivamente se ha abierto paso hacia conceptos que a simple vista perecerían distantes a la afectación del sistema penitenciario, pero que pudiese ser la génesis y a su vez el cauce de ésta problemática. La Cultura.

Ante todo debe considerarse que las deficiencias no solo son sustanciales, pues existe en mayor grado una enorme falla estructural que no se compensa ni va acorde con las políticas que han pretendido ser implementadas. Mal podría concebirse un sistema en donde la necesaria cohesión y funcionamiento de cada uno de los elementos en aras del logro de un fin común es inexistente. El común burocrático no puede significar la constitución de un sistema pues el fin estaría desvirtuándose hacia la satisfacción individual de cada uno de los componentes y no en la satisfacción del proceso. Por esto, al ubicarnos en la situación abstracta de nuestro sistema penitenciario, es menester entonces atender al otro elemento vital que se presenta para la subsistencia de éste, porque si es el fin el que justifica los medios, valdría la pena preguntarse en el caso venezolano, ¿cuál es el fin que sustenta la existencia un órgano de tan confusa naturaleza? En principio la respuesta la hallaríamos sin dificultad si atendemos al sentido nominal que se le ha otorgado o que recae en lo que conocemos como la Dirección de Rehabilitación y Custodia del Ministerio del Interior y Justicia, pero como hemos visto estaría siendo vago cualquier análisis si pretende sentar sus bases en esta tesis que toma literalmente, algo que no guarda correspondencia con los resultados vistos en la práctica. Por consiguiente no es tarea fácil encontrar una respuesta a tal interrogante debido a la subjetividad con la cual se presentan las intenciones del Estado y específicamente las que han recreado los operadores de justicia. Si en el ámbito sustancial, las múltiples problemáticas que presenta la situación penitenciaria en el país decidieran integrarse, seguramente conformarían las mismas dificultades que presenta el Estado Venezolano en menor escala y gradación, pues estableciendo una arriesgada comparación, de hacinamiento todos hemos oído en algún momento, aunque esto obedezca a otro conjunto de factores y causales que no corresponde estudiarlos ahora. Igual sucedería con las altas cifras que a muertes violentas incumben y que inundan en las reseñas de los medios de comunicación (conociéndose sólo aquellos que sugieren un impacto social y desconociéndose aquellos que para las autoridades no deben ni siquiera sugerirlo). Todo esto, cabe recordar, en un contexto en donde el ingreso nacional parece lucir despreocupado ante las adversas condiciones infrahumanas que persisten en dichos recintos y que inexorablemente inspira, sin la imperiosa necesidad de palpar sus cimientos, la más profunda desconfianza en la diligencia que necesariamente debe atribuirse al Estado.

Las justificaciones que intenten explicar la difícil situación penitenciaria pudiesen ser innumerables, tanto para las autoridades que pretenden sostener cada día con mayor dificultad este sistema, como para aquellos que con igual dificultad buscamos entenderlo. La situación penitenciaria en Venezuela es el ejemplo fiel de la incompetencia y poca seriedad que impera a nivel procesal y la alta desestimación que opera en la aplicación efectiva de las normas que regulan la potestad punitiva que ejerce el Estado. Las cárceles perfectamente pueden convertirse en el reflejo de un Estado que regenera a los sujetos de conducta engañosa y que los prepara para su reinserción en la sociedad, o mal perfeccionarse como una especie de máquina procesadora que solo desecha a individuos que no por su conducta se les desprende su condición humana. Tal reflexión nos hace llevar consigo la misma incertidumbre que puede cargar al procesado durante la difícil estancia de espera que da paso a su definitiva condena.

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